sábado, 1 de abril de 2017

Santa María Egipciaca

Icono ruso del siglo XVII de santa María Egipciaca

Nos recuerda hoy el Martirologio Romano a una santa, que pasó de ser prostituta a una gran ermitaña, consagrada totalmente al Señor. Su vida, escrita por san Sofronio de Jerusalén, fue objeto de muchas obras literarias. Su culto sobrepasó la tierras de Egipto, extendiéndose por toda la Cristiandad, especialmente en los ámbitos monásticos, tanto católicos como ortodoxos.

Del relato de san Sofronio, hemos seleccionado este párrafo, que nos habla de su vocación en la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén:

El santo día de la Exaltación de la Cruz comenzaba mientras yo aún vagaba cazando jóvenes. Al alba vi que todos se apresuraban a ir la Iglesia, así que corrí con el resto. Cuando la hora de la santa elevación se aproximaba, trataba de pasar entre la multitud que luchaba por pasar a través de las puertas de la Iglesia. Finalmente había logrado pasar aunque con gran dificultad casi hasta la entrada del templo, desde donde el Vivificador Madero de la Cruz era mostrado a las personas. Pero cuando pisé en el umbral que todos cruzaban, fui detenida por una fuerza que no me dejaba entrar. Mientras tanto yo era empujada aparte por la multitud y me encontré a mi misma de pie sola en pórtico de la Iglesia. Pensando que esto había sucedido debido a mi debilidad femenina, traté de nuevo de hacerme paso entre la multitud, tratando de empujar hacia adelante. Pero en vano luché. Otra vez mi pie pisó el umbral por el cual muchos entraban en la Iglesia. Solo yo parecía ser rechazada por la iglesia. Era como si allí hubiese un destacamento de soldados parados para oponerse a mi entrada. Una vez más fui excluida por la misma fuerza poderosa y otra vez quedé en el pórtico.

Habiendo repetido mi intento tres o cuatro veces, finalmente me sentí exhausta y no tuve más fuerza para empujar y ser empujada, así que me hice a un lado y me detuve en un rincón del vestíbulo. Y solo entonces con gran dificultad comencé a entender la razón por la cual no podía ser admitida para ver la vivificadora Cruz. La palabra de la salvación suavemente tocó los ojos de mi corazón y me reveló que era mi vida sucia lo que impedía mi entrada. Comencé a llorar, lamentarme y golpearme el pecho, y a suspirar desde las profundidades de mi corazón. Y así estuve llorando cuando vi sobre mí un icono de la Santísima Madre de Dios. Y volviendo hacia ellas mis ojos corporales y espirituales dije:

"Oh Señora, Madre de Dios, que diste a luz en la carne a Dios el Verbo, yo sé, oh qué bien sé, que no es honor o alabanza para ti cuando alguien tan impuro y depravado como yo mira tu icono, oh siempre Virgen, que mantuviste el cuerpo y el espíritu en pureza. Con razón inspiro odio y desagrado ante tu virginal pureza. Pero he escuchado que Dios, Quien ha nacido de ti, se hizo hombre con el propósito de llamar a los pecadores al arrepentimiento. Por lo tanto ayúdame, ya que no tengo otro auxilio. Ordena que la entrada de la Iglesia me sea abierta. Permíteme ver el venerable Madero sobre el cual Él Quien fue nacido de ti sufrió en la carne y sobre el cual Él derramó Su santa Sangre para la remisión de pecadores y por mí, indigna como soy. Sé mi fiel testigo ante tu Hijo de que yo nunca contaminaré mi cuerpo con la impureza de la fornicación, sino que tan pronto como haya visto el Madero de la Cruz renunciaré al mundo y a sus tentaciones y me iré a donde tu quieras llevarme."

Así hablé y como si hubiese adquirido cierta esperanza en la fe firme, y sintiendo cierta confianza en la misericordia de la Madre de Dios, dejé el lugar donde estaba orando. Y fui de nuevo y me incorporé a la multitud que empujaba en su camino hacia el templo. Y nadie parecía obstruirme, nadie me impedía entrar en la iglesia. Estaba llena de temor, y casi delirante. Habiendo llegado hasta las puertas que no había alcanzado antes –como si la misma fuerza que me había estorbado despejara el camino para mí- entré ahora sin dificultad y me encontré a mi misma dentro de un lugar sagrado. Y así es como vi la Vivificadora Cruz. Vi también los Misterios de Dios y cómo el Señor acepta el arrepentimiento. Arrojándome al suelo, adoré esa santa tierra y la besé con temor. Luego salí de la iglesia y fui donde ella, que había prometido ser mi protección, al lugar donde había sellado mi voto. Y doblando las rodillas ante la Virgen Madre de Dios, le dirigí palabras como estas:

"Oh amorosa Señora, tu me has mostrado tu gran amor por todos los hombres. Gloria a Dios Quien recibe el arrepentimiento de los pecadores a través de ti. ¿Qué más puedo reunir o decir, yo que soy tan pecadora? Ha llegado el tiempo para mi, oh Señora, de realizar mi voto, de acuerdo a tu testimonio. ¡Ahora llévame de la mano al sendero del arrepentimiento! Y con estas palabras escuché una voz de lo alto:

"Si cruzas el Jordán hallarás reposo".

Escuchando esta voz y teniendo fe en que era para mi, exclamé a la Madre de Dios:

"¡Oh Señora, Señora, no me abandones!"

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