sábado, 14 de noviembre de 2015

Pedro el Venerable, abad de Cluny


Cuando parecía declinar la estrella de Cluny, se enfriaba el fervor primitivo con la prodigalidad exagerada del rezo litúrgico, y surgía en Claraval el espíritu de San Bernardo que había de atraer hacia su reforma la atención unánime de príncipes y prelados, Pedro el Venerable, abad de Cluny, con su sencillez y energía, con su dinamismo, su buena prosa y su temperamento ardiente y combativo, logra contener una decadencia que se inicia, y en sus treinta y cuatro años de prelacía mantiene la venerable abadía borgoñona a la altura a que la elevaron San Odón y San Hugo.

Su viaje a España en 1141 obedeció sin duda a este afán de vigorizar una disciplina que se relajaba, en la cabeza y en sus miembros, y tal vez a su deseo también de afirmar la observancia cluniacense, que no podía menos de resentirse ante los avances de los Estatutos del Cister y de Fontevrault (1). En 1142 (29 de julio) estaba en Salamanca, donde recibía de Alfonso VII el monasterio de San Pedro de Cardeña con todas sus dependencias a cambio del tributo de 2.000 monedas de oro que desde Alfonso VI debían pagar anualmente a Cluny los reyes de León y Castilla. Por el mismo concepto se incorporó a Cluny el lugar de Villalbilla, junto a Burgos, con sus términos, y dos familias pecheras. El 7 de septiembre del mismo año encontramos en Burgos a Pedro el Venerable, donde el Emperador le otorgaba extraordinarias exenciones para el barrio de San Zoilo de Carrión, formado en derredor del monasterio clunaciense del mismo nombre. Las donaciones a Cluny siguieron a partir de entonces, lo que ha hecho pensar si no fueron principalmente de orden económico las razones que le movieron a venir a España.

Pero otras trascendentales consecuencias en orden a la cultura cristiana de su siglo, tuvo el viaje a España del venerable abad de Cluny. Al llegar a la región del Ebro, tal vez en Nájera, conoció a dos extranjeros, Roberto de Retines, inglés, y Hermann de Carintia, o el Dálmata, que llevados por sus aficiones astrológicas, habían venido a España a estudiar la ciencia de los árabes. Pedro el Venerable les indujo a colaborar en la traducción del Alcorán, empresa que había encomendado al Maestro Pedro Toledano, para poder, con conocimiento de causa, refutar la doctrina de Mahoma, contra la cual escribió además un tratado que se conserva incompleto. A Roberto de Retines, o de Chester, lo hemos de ver en 1143 de arcediano en Pamplona, en 1145 aparece en Segovia y desde 1147 hasta 1150 sabemos que vivió en Londres. Hermann el Dálmata, en 1142 estaba en León y al año siguiente se le encuentra en Toulouse y en Beziéres. Merced al celo de Pedro el Venerable la Europa cristiana conoció, con su refutación vigorosa, la  primera  traducción latina  del  Corán.

En Nájera se detendría el abad de Cluny varios días, tal vez  meses.  La abadía que creara  García  el  de Nájera, era una de las posesiones más ricas de la Casa Madre de Cluny, desde que la incorporara, entre generales protestas, Alfonso VI en el año 1079. Allí, acompañado de los prelados Esteban de Osma y Arnaldo de Olorón, tuvo ocasión de informarse de la estupenda visión que refería el antiguo burgués de Estella, Pedro Engelberto, ahora monje en una decanía que dependía de Nájera.

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