martes, 12 de mayo de 2015

Códice Calixtino. Milagro del peregrino ahorcado salvado por santo Domingo

El Códice Calixtino altera el milagro de santo Domingo salvando a un joven injustamente ahorcado, atribuyéndoselo a Santiago, en la ciudad de Toulouse. Éste es su texto:


En el año de Nuestro Señor 1090, un grupo de alemanes, peregrinos de Santiago, llegaron a la ciudad de Tolosa trayendo consigo abundante riqueza. Se alojaron en casa de un hombre rico, el cual era malo como lobo que, escondiéndose bajo piel de oveja, se finge manso. Este hombre rico recibió debidamente a los peregrinos pero, so guisa de hospitalero, les obligó a beber más vino de lo que quisieran. ¡Oh ciega avaricia! —Oh mente mezquina del hombre malo! Por fin, cediendo los peregrinos al peso de su mucha cansancia y su mayor beber, el amfitrión artero, impelido por el espíritu de la avaricia, escondió una copa de plata en el zurrón de uno de los peregrinos durmientes con la intención de acusarles del robo y, una vez juzgados ellos, quedarse él con su gran riqueza.

Al canto del gallo en la mañana siguiente, el mal amfitrión, con un bando armado, les persiguió llamando, ¡Devuélvanme el dinero que me han robado!" Los peregrinos, cuando esto oyeron, le respondieron: "Usted puede condenar según su voluntad al que encuentre con alguna posesión suya..

Al revisar las posesiones de los peregrinos, el hombre rico señaló a dos del grupo--un hombre y su hijo--en cuyo zurrón había encontrado su copa, y los llevó a la justicia. Injustamente se les quitó todos sus bienes. El juez, sin embargo, conmovido por la piedad, ordenó que se soltara a uno de ellos y que el otro sufriera la pena de muerte. El padre, anhelando que se librara a su hijo, indicó para sí el castigo.

El hijo, por otra parte, dijo, No es justo que un padre se entregue a la muerte en lugar de su hijo; es el hijo quien debe recibir el dicho castigo. El hijo, pues, según su propio deseo, fue ahorcado a cambio de la libertad de su amado padre; y el padre, entre lágrimas y lamentaciones, siguió su camino hacia Compostela. Al visitar el venerado altar apostólico, y después de treinta y seis días, el padre volvió de Compostela e hizo un desvío para ver el cuerpo de su hijo que colgaba todavía en la horca.(1) Exclamó entre sollozos y lastimosas lamentaciones, ¡Ay de mí, hijo, ojalá que jamás te engendrara! ¡Ay de mí, que yo haya vivido para verte ahorcado!

¡Cuán maravillosas son tus obras, O Señor! El hijo ahorcado, dándole consuelo al padre dijo, No llores, buen padre, mi dolor; antes rinde gracias, que más dulce me es ahora que jamás lo ha sido en mi vida de antes. El benedicísimo Santiago, sosteniéndome con sus propias manos, me ha sustentado con toda dulzura. El padre, cuando oyó esto, echó a correr hacia la ciudad, llamando a la gente que fueran testigos de tan gran milagro de Dios. El pueblo, al ver que el que hace tanto tiempo habían ahorcado todavía vivía, reconoció que su acusamiento se debía la insaciable avaricia del hombre rico y que el hijo había sido salvado por la gracia de Dios.

Esto fue llevado a cabo por Dios y es milagrosa a nuestra vista. Entonces bajaron al hijo de la horca con gran honor. Pero al instante ahorcaron al mal amfitrión, según él lo merecía, después de haberle condenado en un juicio común. Por lo tanto, los que se llaman cristianos han de vigilar, que no vengan a obrar contra sus huéspedes o sus prójimos ninguna falsedad como ésta. Antes deben empeñarse en proporcionarle piedad y caridad al peregrino, que así merezcan el galardón de la gloria perdurable de El que vive y reina como Dios. Mundo sin fin. Amen. 

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