domingo, 30 de noviembre de 2014

A Dios no le gusta condenar, sino salvar

Viene nuestro Dios, y no callará. Cristo, el Señor, Dios nuestro e Hijo de Dios, en su primera venida se presentó veladamente, pero en su segunda venida aparecerá manifiestamente. Al presentarse veladamente, sólo se dio a conocer a sus siervos; cuando aparezca manifiestamente, se dará a conocer a buenos y malos. Al presentarse veladamente, vino para ser juzgado; cuando aparezca manifiestamente, vendrá para juzgar. Finalmente, cuando era juzgado guardó silencio, y de este su silencio había predicho el profeta: Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

Pero viene nuestro Dios, y no callará. Guardó silencio cuando era juzgado, pero no lo guardará cuando venga para juzgar. En realidad, ni aun ahora guarda silencio si hay quien le escuche; pero se dijo: Entonces no callará, cuando reconozcan su voz incluso los que ahora la desprecian. Actualmente, cuando se recitan los mandamientos de Dios, hay quienes se echan a reír. Y como, de momento, lo que Dios ha prometido no es visible ni se comprueba el cumplimiento de sus amenazas, se hace burla de sus preceptos. Por ahora, incluso los malos disfrutan de lo que el mundo llama felicidad: en tanto que la llamada infelicidad de este mundo la sufren incluso los buenos.

Los hombres que creen en las realidades presentes, pero no en las futuras, observan que los bienes y los males de la vida presente son participados indistintamente por buenos y malos. Si anhelan las riquezas, ven que entre los ricos los hay pésimos y los hay hombres de bien. Y si sienten pánico ante la pobreza y las miserias de este mundo, observan asimismo que en estas miserias se debaten no sólo los buenos, sino también los malos. Y se dicen para sus adentros que Dios no se ocupa ni gobierna las cosas humanas, sino que las ha completamente abandonado al azar en el profundo abismo de este mundo, ni se preocupa en absoluto de nosotros. Y de ahí pasan a desdeñar los mandamientos, al no ver manifestación alguna del juicio.

Pero aun ahora debe cada cual reflexionar que, cuando Dios quiere, ve y condena sin dilación, y, cuando quiere, usa de paciencia. Y ¿por qué así? Pues porque si al presente jamás ejerciera su poder judicial, se llegaría a la conclusión de que Dios no existe; y si todo lo juzgara ahora, no reservaría nada para el juicio final. La razón de diferir muchas cosas hasta el juicio final y de juzgar otras enseguida, es para que aquellos a quienes se les concede una tregua teman y se conviertan. Pues a Dios no le gusta condenar, sino salvar; por eso usa de paciencia con los malos, para hacer de los malos buenos. Dice el Apóstol, que Dios revela su reprobación de toda impiedad, y pagará a cada uno según sus obras.

Y al despectivo lo amonesta, lo corrige y le dice: ¿O es que desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia? Porque es bueno contigo, porque es tolerante, porque te hace merced de su paciencia, porque te da largas y no te quita de en medio, desprecias y tienes en nada el juicio de Dios, ignorando que esa bondad de Dios es para empujarte a la conversión. Con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día del castigo cuando se revelará el justo juicio de Dios pagando a cada uno según sus obras.

Sermón 18 (1-2: CCL 61, 245-246)

jueves, 27 de noviembre de 2014

Abadía de San Andrés de Arroyyo


Hoy hemos contemplado la iluminación de la Caída de Babilonia, procedente del Beato de San Adnrés de Arroyo. Por eso, vamos a visitar este Monasterio, situado en el norte de la Diócesis de Palencia. Lo habita una comunidad de monjas cistercienses, de cuya página web (http://www.sanandresdearroyo.es/) tomamos la información acerca de su historia.


SITUACIÓN GEOGRÁFICA

En la región septentrional de la provincia de Palencia y perteneciente a la comarca de la Ojeda, término municipal de Santibáñez de Ecla, se halla ubicada la histórica abadía de San Andrés de Arroyo, distante unos ocho Km. de la estación de Alar del Rey, en el fondo de un estrecho y solitario valle, recibiendo el sobrenombre del arroyo contiguo, lugar en que, según la tradición, se encontró una imagen de San Andrés apóstol, a cuyo honor fue dedicado el Cenobio.

Fue precisamente en este retirado y angosto valle donde se fijó la condesa doña Mencía de Lara, considerándolo el sitio adecuado para el establecimiento de un Monasterio de vida contemplativa, en el cual día y noche resonaran las divinas alabanzas bajo la observancia cisterciense. Nos hallamos en los postreros años del siglo XII, época en la que se observa un auge significativo en la fundación y construcción de abadías en el norte de la Península Ibérica , ya que tanto los reyes como las familias nobles tenían a bien patrocinarlas, unas veces para servirles de panteones, otras de albergue a algunos familiares o para redimirles de sus culpas, en tanto que las más de ellas su finalidad era el de rendir culto a Jesucristo como prueba de su fe católica. A San Andrés de Arroyo, le cupo el honor de tener como a su primera abadesa a doña Mencía condesa de Lara, hija de Rey Alfonso VII y nieta de don Rodrigo González de Lara.


PROCEDENCIA DE LAS PRIMERAS MONJAS

En cuanto al documento fundacional del monasterio de San Andrés de Arroyo, debemos afirmar que hasta la fecha se ignora en donde se  encuentra  el acta fundacional, aunque la casi totalidad de los diversos autores que han investigado el tema, se inclinan por el preciso instante en que Alfonso VIII otorgó a la condesa doña Mencía y al monasterio de San Andrés de Arroyo, el 23 de abril de 1181, a cambio de los dos mil áureos que ésta le había prestado, la iglesia de San Millán, ubicada entre Grijalva y Villasandino, además de un prado junto al Río Yodra. Siendo también del mismo año, pero sin fecha otro documento, éste de carácter privado, por el cual María Antolinez, al ingresar en el citado Monasterio, junto a su hija, de la que no menciona el nombre, dona todas sus propiedades a la iglesia de San  Andrés de Arroyo y a su abadesa doña Mencía, así como a las monjas presentes y futuras.



LA COMUNIDAD EN EL MOMENTO ACTUAL

Desde los inicios de la fundación del Monasterio (año 1181), de manera ininterrumpida hasta el momento presente, la vida comunitaria ha existido en el Monasterio siguiendo la regla de San Benito, según el carisma Cisterciense.

Durante los siglos de su existencia nuestro Monasterio ha experimentado épocas de esplendor, prueba de ello: El Claustro, siglos XII-XIII, la Sala Capitular siglo XIII y la iglesia Abacial siglo XIII, y otras dependencias importantes que fueron construidas en siglos posteriores. También vivió épocas de decadencia, especialmente durante la desamortización de Mendizábal (1835).

La comunidad de modo habitual ha sido numerosa, aunque hubo una época que quedó reducida a 13 hermanas; en los años 1950-1960, 62 monjas formaban la comunidad de Santa María y de San Andrés; en el momento actual viven su vocación cristiana bajo la regla de San Benito 22 monjas.

Nuestro Monasterio forma parte, desde buenos comienzos, de la Federación de Monasterios de monjas de la Orden Cisterciense en España; y también se halla incorporado “pleno Iure” a la Orden Cisterciense a través de la Congregación de la Regular Observancia de San Bernardo o de Castilla.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

San Veremundo de Irache

Hemos visitado hoy, en los Lugares Sacros, el Monasterio de Santa María de Irache. Este lugar está ligado a la persona de su santo abad Veremundo. Su nombre, en latín, significa verdaderamente limpio. Nació en Arellano o, según otros, en Villatuerta. A los doce años, hacia 1032, fue admitido en el monasterio de Irache, donde su tío Muni era abad. Muy devoto de la Madre de Dios, los monjes decían que hablaba con la imagen que tenía a la iglesia del monasterio. Al morir el abad Muni, los monjes lo elegieron como abad, hacia 1052.

Durante su gobierno, la abadía tuvo una época de esplendor, convertiéndose en parada obligada para los peregrinos que hacían el Camino de Santiago. El rey Sancho Garcés IV de Pamplona otorgó numerosos privilegios al monasterio, con las donaciones de tres iglesias, doce monasterios y seis villas, dominios que su sucesor Sancho Ramírez amplió. Éste concedió en 1087 el privilegio, extensivo en toda la comunidad monástica de Irache, que la palabra de un monje fuese considerada como prueba en un juicio. En la polémica para la reforma de la liturgia, Veremundo defendió el antiguo rito mozárabe y envió a Roma dos de los libros litúrgicos: el de pregarias (Liber orationum) y el antifonario (Liber antiphonarum). El papa Alejandro II, a quien había llegado la fama de santidad del abad, los aprobó.

Cerca del monasterio, san Veremundo encontró la imagen de Santa Maria del Puy, el 1080. Sancho Ramírez de Aragón fundó, en el lugar donde se había encontrado la talla, la ciudad de Estella. Esto provocó una disminución del favor real hacia Irache, ya que los recursos y privilegios se destinaron ahora a la nueva ciudad. En 1099 ya consta un nuevo abad en el monasterio. Parece que Veremundo habría muerto en Irache el 8 de marzo de 1092, o puede que 1099.

martes, 25 de noviembre de 2014

Semantron y campanas en Santa Catalina del Sinaí



Recordamos hoy a santa Catalina del Sinaí, cuyas reliquias fueron veneradas en el Monasterio que lleva su nombre, en el Monte Sinaí. En esta grabación, vemos a un monje ortodoxo tocando el Semantron (golpeando una tabla de madera) y, luego, las campanas, en la forma usual de llamar en los monasterios ortodoxos a los monjes para la oración

lunes, 24 de noviembre de 2014

Un día normal en la Cartuja de Miraflores

El cartujo se acuesta muy pronto, entre las siete y media y las ocho de la tarde. Cuatro horas más tarde, a las once y media de la noche, se levanta y comienza su jornada.

Después de  asearse y de orar un rato en el oratorio de su ermita, a las 0,15 horas, la campana de la torre convoca a los monjes a la oración de la noche en la iglesia; son los Maitines y los Laudes, oración cantada, compuesta de salmos, lecturas de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres, preces y oraciones por las necesidades del mundo y de la Iglesia.

Este largo oficio litúrgico de la noche es muy apreciado por los monjes y se prolonga hasta las dos y cuarto o las tres de la mañana.

De vuelta a su ermita el cartujo hace una breve oración a la Virgen María en su oratorio y se acuesta.


A las seis y media de la mañana se levanta y dedica esas primeras horas a la oración. A las ocho se reúne la comunidad en la iglesia para la Misa, que siempre es cantada. La mañana transcurre en la ermita dedicada al estudio, la lectura meditada de la Sagrada Escritura, el trabajo manual. La comida es a las once y media y la tarde sólo se interrumpe para cantar en la iglesia el oficio litúrgico de Vísperas.


sábado, 22 de noviembre de 2014

San Agustín de Hipona. Cantad a Dios con maestría y con júbilo

Francesco Vanni. La Virgen con el Niño y las Santas Cecilia e Inés

Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo. Despojaos de lo antiguo, ya que se os invita al cántico nuevo. Nuevo hombre, nuevo Testamento, nuevo cántico. El nuevo cántico no responde al hombre antiguo. Sólo pueden aprenderlo los hombres nuevos, renovados de su antigua condición por obra de la gracia y pertenecientes ya al nuevo Testamento, que es el reino de los cielos. Por él suspira todo nuestro amor y canta el cántico nuevo. Pero es nuestra vida, más que nuestra voz, la que debe cantar el cántico nuevo.

Cantadle un cántico nuevo, cantadle con maestría. Cada uno se pregunta cómo cantará a Dios. Cántale, pero hazlo bien. El no admite un canto que ofenda sus oídos Cantad bien, hermanos. Si se te pide que cantes para agradar a alguien entendido en música, no te atreverás a cantarle sin la debida preparación musical, por temor a desagradarle, ya que él, como perito en la materia, descubrirá unos defectos que pasarían desapercibidos a otro cualquiera. ¿Quién, pues, se prestará a cantar con maestría para Dios, que sabe juzgar del cantor, que sabe escuchar con oídos críticos? ¿Cuándo podrás prestarte a cantar con tanto arte y maestría que en nada desagrades a unos oídos tan perfectos?

Mas he aquí que él mismo te sugiere la manera cómo has de cantarle: no te preocupes por las palabras, como si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a Dios.

Canta con júbilo. Este es el canto que agrada a Dios, el que se hace con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo? Darse cuenta de que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón. En efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con palabras que manifiestan su alegría, pero luego es tan grande la alegría que los invade que, al no poder expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo.

El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable. Porque, si es inefable, no puede ser traducido en palabras. Y si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es lícito callar, lo único que puedes hacer es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos. Cantadle con maestría y con júbilo.

San Agustín de Hipona
Comentario sobre el salmo 32 (Sermón 1, 78: CCL 38, 253254)

viernes, 21 de noviembre de 2014

San Agustín de Hipona: María dio fe al mensaje divino y concibió por su fe


Os pido que atendáis a lo que dijo Cristo, el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre, que me ha enviado, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. ¿Por ventura no cumplió la voluntad del Padre la Virgen María, ella, que dio fe al mensaje divino, que concibió por su fe, que fue elegida para que de ella naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación, que fue creada por Cristo antes que Cristo fuera creado en ella?

Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre, y, por esto, es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo; es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto, María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno.

Mira si no es tal como digo. Pasando el Señor, seguido de las multitudes y realizando milagros, dijo una mujer: Dichoso el vientre que te llevó. Y el Señor, para enseñarnos que no hay que buscar la felicidad en las realidades de orden material, ¿qué es lo que respondió?: Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. De ahí que María es dichosa también porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo. Cristo es la verdad, Cristo tuvo un cuerpo: en la mente de María estuvo Cristo, la verdad; en su seno estuvo Cristo hecho carne, un cuerpo. Y es más importante lo que está en la mente que lo que se lleva en el seno.

María fue santa, María fue dichosa, pero más importante es la Iglesia que la misma Virgen María. ¿En qué sentido? En cuanto que María es parte de la Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero un miembro de la totalidad del cuerpo. Ella es parte de la totalidad del cuerpo, y el cuerpo entero es más que uno de sus miembros. La cabeza de este cuerpo es el Señor, y el Cristo total lo constituyen la cabeza y el cuerpo. ¿Qué más diremos? Tenemos, en el cuerpo de la Iglesia, una cabeza divina, tenemos al mismo Dios por cabeza.

Por tanto, amadísimos hermanos, atended a vosotros mismos: también vosotros sois miembros de Cristo, cuerpo de Cristo. Así lo afirma el Señor, de manera equivalente, cuando dice: Éstos son mi madre y mis hermanos. ¿Cómo seréis madre de Cristo? El que escucha y cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. Podemos entender lo que significa aquí el calificativo que nos da Cristo de «hermanos» y «hermanas»: la herencia celestial es única, y, por tanto, Cristo, que siendo único no quiso estar solo, quiso que fuéramos herederos del Padre y coherederos suyos.

San Agustín de Hipona
Sermón 25 (7-8: PL, 46, 937-938)

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Santa Matilde

El siguiente video, que está en alemán, habla de la presencia de la nueva comunidad cisterciense en Helfta, el monasterio de las místicas alemanas. La abadesa explica que su sola presencia ya es un signo o una pregunta viva para quienes no creen: ¿tal vez exista Dios? Después se van explicando las distintas actividades del monasterio, haciendo especial hincapié en la casa de ejercicios y formación. Después del video, podemos terminar de leer la catequesis del papa Benedicto XVI sobre santa Matilde, que comienza en las Imágenes Sagradas, y sigue en los Lugares Santos.


En la oración litúrgica, Matilde da particular relieve a las horas canónicas y a la celebración de la santa misa, sobre todo a la santa Comunión. Aquí se extasiaba a menudo en una intimidad profunda con el Señor en su ardientísimo y dulcísimo Corazón, mediante un diálogo estupendo, en el que pedía la iluminación interior, mientras intercedía de modo especial por su comunidad y sus hermanas. En el centro están los misterios de Cristo, a los cuales la Virgen María remite constantemente para avanzar por el camino de la santidad: «Si deseas la verdadera santidad, está cerca de mi Hijo; él es la santidad misma que santifica todas las cosas» (ib., I, 40). En esta intimidad con Dios está presente el mundo entero, la Iglesia, los bienhechores, los pecadores. Para ella, el cielo y la tierra se unen.

Sus visiones, sus enseñanzas y las vicisitudes de su existencia se describen con expresiones que evocan el lenguaje litúrgico y bíblico. Así se capta su profundo conocimiento de la Sagrada Escritura, que era su pan diario. A ella recurría constantemente, ya sea valorando los textos bíblicos leídos en la liturgia, ya sea tomando símbolos, términos, paisajes, imágenes y personajes. Tenía predilección por el Evangelio: «Las palabras del Evangelio eran para ella un alimento maravilloso y suscitaban en su corazón sentimientos de tanta dulzura, que muchas veces por el entusiasmo no podía terminar su lectura… El modo como leía esas palabras era tan ferviente, que suscitaba devoción en todos. De igual modo, cuando cantaba en el coro estaba totalmente absorta en Dios, embargada por tal ardor que a veces manifestaba sus sentimientos mediante gestos… Otra veces, como en éxtasis, no oía a quienes la llamaban o la movían, y de mal grado retomaba el sentido de las cosas exteriores» (ib., VI, 1). En una de sus visiones, es Jesús mismo quien le recomienda el Evangelio; abriéndole la llaga de su dulcísimo Corazón, le dice: «Considera qué inmenso es mi amor: si quieres conocerlo bien, en ningún lugar lo encontrarás expresado más claramente que en el Evangelio. Nadie ha oído jamás expresar sentimientos más fuertes y más tiernos que estos: Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros (Joan. XV, 9)» (ib., I, 22).

Queridos amigos, la oración personal y litúrgica, especialmente la liturgia de las Horas y la santa misa son el fundamento de la experiencia espiritual de santa Matilde de Hackeborn. Dejándose guiar por la Sagrada Escritura y alimentada con el Pan eucarístico, recorrió un camino de íntima unión con el Señor, siempre en plena fidelidad a la Iglesia. Esta es también para nosotros una fuerte invitación a intensificar nuestra amistad con el Señor, sobre todo a través de la oración diaria y la participación atenta, fiel y activa en la santa misa. La liturgia es una gran escuela de espiritualidad.

Su discípula Gertrudis describe con expresiones intensas los últimos momentos de la vida de santa Matilde de Hackeborn, durísimos, pero iluminados por la presencia de la santísima Trinidad, del Señor, de la Virgen María y de todos los santos, incluso de su hermana de sangre Gertrudis. Cuando llegó la hora en que el Señor quiso llamarla a sí, ella le pidió poder vivir todavía en el sufrimiento por la salvación de las almas, y Jesús se complació con este ulterior signo de amor.

Matilde tenía 58 años. Recorrió el último tramo de camino caracterizado por ocho años de graves enfermedades. Su obra y su fama de santidad se difundieron ampliamente. Al llegar su hora, «el Dios de majestad…, única suavidad del alma que lo ama…, le cantó: Venite vos, benedicti Patris mei… Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino…, y la asoció a su gloria» (ib., VI, 8).

martes, 18 de noviembre de 2014

Benedicto XVI. San Odón de Cluny

El Martirologio recuerda hoy el tránsito de san Odón, el primer abad santo de Cluny, que tuvo lugar el 18 de noviembre de 942. En su vocación monástica jugó un papel muy importante su devoción a san Martín; por eso, sintiendo ya próxima su muerte, decidió marchar a Tours, para prepararse junto a la tumba del santo para su partida de este mundo. Actualmente celebramos su fiesta litúrgica unida a la de los otros cuatro santos abades cluniacenses, en mayo. El papa Benedicto XVI dedició a san Odón una de sus catequesis, de la cual leemos este fragmento.

Odón fue el segundo abad de Cluny. Había nacido hacia el 880, en los confines entre Maine y Turena, en Francia. Su padre lo consagró al santo obispo Martín de Tours, a cuya sombra benéfica y en cuya memoria Odón pasó toda su vida, concluyéndola al final cerca de su tumba. La elección de la consagración religiosa estuvo en él precedida por la experiencia de un momento de gracia especial, del que él mismo habló a otro monje, Juan el Italiano, que después fue su biógrafo. Odón era aún adolescente, de unos dieciséis años de edad, cuando, en una vigilia de Navidad, sintió cómo le salía espontáneamente de los labios esta oración a la Virgen: "Señora mía, Madre de misericordia, que en esta noche diste a luz al Salvador, ora por mí. Que tu parto glorioso y singular sea, oh piadosísima, mi refugio". El apelativo "Madre de misericordia", con el que el joven Odón invocó entonces a la Virgen, será la forma que elegirá para dirigirse siempre a María, llamándola también "única esperanza del mundo... gracias a la cual se nos han abierto las puertas del paraíso" . En aquel tiempo empezó a profundizar en la Regla de san Benito y a observar algunas de sus indicaciones, "llevando, sin ser monje todavía, el yugo ligero de los monjes". En uno de sus sermones Odón se refirió a san Benito como "faro que brilla en la tenebrosa etapa de esta vida", y lo calificó como "maestro de disciplina espiritual". Con afecto destacó que la piedad cristiana "con más viva dulzura hace memoria" de él, consciente de que Dios lo ha elevado "entre los sumos y elegidos Padres de la santa Iglesia" .

Fascinado por el ideal benedictino, Odón dejó Tours y entró como monje en la abadía benedictina de Baume, para pasar después a la de Cluny, de la que se convirtió en abad en el año 927. Desde ese centro de vida espiritual pudo ejercer una amplia influencia en los monasterios del continente. De su guía y de su reforma se beneficiaron también en Italia distintos cenobios, entre ellos el de San Pablo extramuros. Odón visitó Roma más de una vez, llegando también a Subiaco, Montecassino y Salerno. Fue precisamente en Roma donde, en el verano del año 942, cayó enfermo. Sintiéndose próximo a la muerte, quiso volver a toda costa junto a su san Martín, en Tours, donde murió durante el octavario del santo, el 18 de noviembre del 942. Su biógrafo, al subrayar en Odón la "virtud de la paciencia", ofrece un largo elenco de otras virtudes suyas, como el menosprecio del mundo, el celo por las almas, el compromiso por la paz de las Iglesias. Grandes aspiraciones del abad Odón eran la concordia entre reyes y príncipes, la observancia de los mandamientos, la atención a los pobres, la enmienda de los jóvenes, el respeto a las personas ancianas. Amaba la celdita en la que residía, "alejado de los ojos de todos, preocupado por agradar sólo a Dios". No dejaba, sin embargo, de ejercitar también, como "fuente sobreabundante", el ministerio de la palabra y del ejemplo, "llorando este mundo como inmensamente mísero". En un solo monje, comenta su biógrafo, se hallaban reunidas las distintas virtudes existentes de forma dispersa en los otros monasterios: "Jesús, en su bondad, tomando en los diversos jardines de los monjes, formaba en un pequeño lugar un paraíso, para regar desde su fuente los corazones de los fieles".

En un pasaje de un sermón en honor de María Magdalena, el abad de Cluny nos revela cómo concebía la vida monástica: "María que, sentada a los pies del Señor, con espíritu atento escuchaba su palabra, es el símbolo de la dulzura de la vida contemplativa, cuyo sabor, cuanto más se gusta, tanto más induce al alma a desasirse de las cosas visibles y de los tumultos de las preocupaciones del mundo". Es una concepción que Odón confirma y desarrolla en otros escritos suyos, de los que se trasluce su amor por la interioridad, una visión del mundo como realidad frágil y precaria de la que hay que desarraigarse, una inclinación constante al desprendimiento de las cosas consideradas como fuente de inquietud, una aguda sensibilidad por la presencia del mal en las diferentes categorías de hombres, una íntima aspiración escatológica. Esta visión del mundo puede parecer bastante alejada de la nuestra, y sin embargo la de Odón es una concepción que, viendo la fragilidad del mundo, valora la vida interior abierta al otro, al amor por el prójimo, y precisamente así transforma la existencia y abre el mundo a la luz de Dios.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Santa Gertrudis. Tuviste sobre mí designios de paz y no de aflicción

Que mi alma te bendiga, Dios y Señor, mi creador, que mi alma te bendiga y, de lo más íntimo de mi ser, te alabe por tus misericordias, con las que inmerecidamente me ha colmado tu bondad.

Te doy gracias, con todo mi corazón, por tu inmensa misericordia y alabo, al mismo tiempo, tu paciente bondad, la cual puse a prueba durante los años de mi infancia y niñez, de mi adolescencia y juventud, hasta la edad de casi veintiséis años, ya que pasé todo este tiempo ofuscada y demente, pensando, hablando y obrando, siempre que podía, según me venía en gana —ahora me doy cuenta de ello—, sin ningún remordimiento de conciencia, sin tenerte en cuenta a ti, dejándome llevar tan sólo por mi natural detestación del mal y atracción hacia el bien, o por las advertencias de los que me rodeaban, como si fuera una pagana entre paganos, como si nunca hubiera comprendido que tú, Dios mío, premias el bien y castigas el mal; y ello a pesar de que desde mi infancia, concretamente desde la edad de cinco años, me elegiste para entrar a formar parte de tus íntimos en la vida religiosa.

Por todo ello, te ofrezco en reparación, Padre amantísimo, todo lo que sufrió tu Hijo amado, desde el momento en que, reclinado sobre paja en el pesebre, comenzó a llorar, pasando luego por las necesidades de la infancia, las limitaciones de la edad pueril, las dificultades de la adolescencia, los ímpetus juveniles, hasta la hora en que, inclinando la cabeza, entregó su espíritu en la cruz, dando un fuerte grito. También te ofrezco, Padre amantísimo, para suplir todas mis negligencias, la santidad y perfección absoluta con que pensó, habló y obró siempre tu Unigénito, desde el momento en que, enviado desde el trono celestial, hizo su entrada en este mundo hasta el momento en que presentó, ante tu mirada paternal, la gloria de su humanidad vencedora.

Llena de gratitud, me sumerjo en el abismo profundísimo de mi pequeñez y alabo y adoro, junto con tu misericordia, que está por encima de todo, aquella dulcísima benignidad con la que tú, Padre de misericordia, tuviste sobre mí, que vivía tan descarriada, designios de paz y no de aflicción, es decir, la manera como me levantaste con la multitud y magnitud de tus beneficios. Y no te contentaste con esto, sino que me hiciste el don inestimable de tu amistad y familiaridad, abriéndome el arca nobilísima de la divinidad, a saber, tu corazón divino, en el que hallo todas mis delicias.

Más aún, atrajiste mi alma con tales promesas, referentes a los beneficios que quieres hacerme en la muerte y después de la muerte, que, aunque fuese éste el único don recibido de ti, sería suficiente para que mi corazón te anhelara constantemente con una viva esperanza.

Santa Gertrudis
Libro de las Insinuaciones de la divina piedad (Lib 2, 23, 1.3.5.8.10)

sábado, 15 de noviembre de 2014

Benedicto XVI. San Alberto Magno


Uno de los maestros más grandes de la teología medieval es san Alberto Magno. El título de "grande" (magnus), con el que pasó a la historia, indica la vastedad y la profundidad de su doctrina, que unió a la santidad de vida. Ya sus contemporáneos no dudaban en atribuirle títulos excelentes; un discípulo suyo, Ulrico de Estrasburgo, lo definió "asombro y milagro de nuestra época".

Nació en Alemania a principios del siglo XIII, y todavía muy joven se dirigió a Italia, a Padua, sede de una de las universidades más famosas del Medioevo. Se dedicó al estudio de las llamadas "artes liberales": gramática, retórica, dialéctica, aritmética, geometría, astronomía y música, es decir, de la cultura general, manifestando el típico interés por las ciencias naturales que muy pronto se convertiría en el campo predilecto de su especialización. Durante su estancia en Padua, frecuentó la iglesia de los Dominicos, a los cuales después se unió con la profesión de los votos religiosos. Las fuentes hagiográficas dan a entender que Alberto maduró esta decisión gradualmente. La intensa relación con Dios, el ejemplo de santidad de los frailes dominicos, la escucha de los sermones del beato Jordán de Sajonia, sucesor de santo Domingo en el gobierno de la Orden de los Predicadores, fueron los factores decisivos que lo ayudaron a superar toda duda, venciendo también resistencias familiares. Con frecuencia, en los años de la juventud, Dios nos habla y nos indica el proyecto de nuestra vida. Como para Alberto, también para todos nosotros la oración personal alimentada por la Palabra del Señor, la participación frecuente en los sacramentos y la dirección espiritual de hombres iluminados son medios para descubrir y seguir la voz de Dios. Recibió el hábito religioso de manos del beato Jordán de Sajonia.

Después de la ordenación sacerdotal, sus superiores lo destinaron a la enseñanza en varios centros de estudios teológicos anexos a los conventos de los padres dominicos. Sus brillantes cualidades intelectuales le permitieron perfeccionar el estudio de la teología en la universidad más célebre de la época, la de París. Desde entonces san Alberto emprendió la extraordinaria actividad de escritor que prosiguió durante toda su vida.

Se le asignaron tareas prestigiosas. En 1248 recibió el encargo de abrir un estudio teológico en Colonia, una de las capitales más importantes de Alemania, donde vivió en varios períodos de su vida, y que se convirtió en su ciudad de adopción. De París llevó consigo a Colonia a un alumno excepcional, Tomás de Aquino. Bastaría sólo el mérito de haber sido maestro de santo Tomás, para sentir una profunda admiración por san Alberto. Entre estos dos grandes teólogos, se instauró una relación de recíproca estima y amistad, actitudes humanas que ayudan mucho al desarrollo de la ciencia. En 1254 Alberto fue elegido provincial de la "Provincia Teutoniae" —teutónica— de los padres dominicos, que comprendía comunidades esparcidas en un vasto territorio del centro y del norte de Europa. Se distinguió por el celo con el que ejerció ese ministerio, visitando a las comunidades y exhortando constantemente a los hermanos a vivir la fidelidad a las enseñanzas y los ejemplos de santo Domingo.

Sus dotes no escaparon a la atención del Papa de aquella época, Alejandro IV, que quiso que Alberto estuviera durante un tiempo a su lado en Anagni —adonde los Papas iban con frecuencia—, en Roma y en Viterbo, para servirse de su asesoramiento teológico. El mismo Sumo Pontífice lo nombró obispo de Ratisbona, una diócesis grande y famosa, pero que atravesaba un momento difícil. De 1260 a 1262 Alberto desempeñó este ministerio con infatigable dedicación, y logró traer paz y concordia a la ciudad, reorganizar parroquias y conventos, y dar un nuevo impulso a las actividades caritativas...

Benedicto XVI
Audiencia General - Miércoles 24 de marzo de 2010

jueves, 13 de noviembre de 2014

Final del discurso, despedida y últimos consejos de la Regla para la Vírgenes de san Leandro de Sevilla

Ya camino al puerto, la nave de este discurso, y una vez recorrido el mar de nuestras enseñanza, echamos el ancla en la costa para descansar. Pero impulsado por el aliento de tu caridad, vuelvo a hacerme a la vela entre las olas de mis razonamientos. Te ruego, hermana Florentina por la trinidad celestial del Dios único, que pues saliste de tu tierra y de entre tus parientes, como Abrahán, no vuelvas la vista atrás, como la mujer de Lot, no vayas a ser un mal ejemplo y precedente para el bien de otras y no vean en ti el mal de que deben guardarse. Aquella mujer, se convirtió en sal de prudencia para otros y en estatua de necedad para sí; su mala acción le perjudicó a ella y a los demás les fue útil el escarmiento.

No te ha de halagar la idea de volver con el tiempo al país natal, de donde no te hubiera sacado Dios si hubiera querido que allí habitaras; pero porque previó que sería conveniente a tu vida religiosa, con acierto te sacó, como a Abraham de la Caldea y a Lot de Sodoma. Al fin, yo mismo reconozco mi error. ¡Cuántas veces, hablando con nuestra madre y deseando saber si le gustaría volver a la patria, ella que comprendía que había salido de allí por voluntad de Dios para su salvación, exclamaba, poniendo a Dios por testigo, que ni quería verla ni había de ver nunca a aquella tierra! Y con abundantes lágrimas añadía: “Mi destierro me hizo conocer a Dios; desterrada moriré y he de ser sepultada donde recibí el conocimiento de Dios”. Pongo por testigo a Jesús de que esto es lo que recuerdo haber oído de sus deseos y aspiraciones; que aunque viviera largos años, no volvería a ver aquella su tierra.

Por último te ruego, ya que eres mi queridísima hermana de sangre, que me tengas presente en tus oraciones y no te olvides del hermano menor Isidoro, que nos encomendaron nuestros padres a los tres hermanos supervivientes bajo la protección divina cuando, contentos y sin preocupación por su niñez, pasaron al Señor. Y puesto que lo amo como hijo, y prefiero su cariño a todas las cosas temporales y descanso reclinado en su amor, ámalo con tanto más cariño y ruega por él tanto más cuanto más tierno era el amor que le tenían los padres. Seguro estoy de que tu plegaria virginal inclinará hacia nosotros los oídos de Dios.

Y, si guardares la alianza que has pactado con Cristo, se te dará la corona y a mí el perdón de mis pecados. Y, si perseverares hasta el fin, te salvarás. Amén.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

San Braulio de Zaragoza. Comienzo de la Vida de san Millán

§ 1. DEL PRINCIPIO DE SU CONVERSIÓN 

     Ayudando, pues, a nuestros intentos Jesucristo y las oraciones del mismo varón santo, comencemos también nosotros por el principio de su conversión, describiendo su vida desde que tuvo casi veinte años de edad: porque los venerables sacerdotes de la Iglesia de Cristo Citonato, Sofronio y Geroncio, presbíteros de santa y purísima vida, a quienes no da la Iglesia poco mérito, nos contaron fielmente lo que vieron. A estos fidelísimos testigos agrégase el testimonio de la muy religiosa Potamia, de santa memoria, que con la nobleza de su vida realzó la nobleza de su linaje. Estos cuatro escogí por testigos de los milagros que hizo en vida, además de los testimonios que pueblos y provincias dan de esto, como lo acredita casi toda España. Por eso necesariamente omitimos aquellos que por su frecuencia se han hecho casi cotidianos; porque, como antes dijimos, no es posible escrirbirlos todos : y si alguno desea saberlos, ciertamente que mejor los creería viéndolo por sí mismo. Pues, como empecé a decir, los sobredichos testigos refirieron que su conversión y vida fue así. 


El que había de ser pastor de hombres era pastor de ovejas, y guiábalas a lo más escondido de los montes. Y, como es costumbre de pastores, llevaba consigo una citara para que, asistiendo a la guarda de su ganado, el decaimiento no se apoderase del alma ociosa y no ocupada en algún ejercicio. Como llegase al lugar ordenado por Dios, le vino un sueño del cielo, porque aquel artífice de los puros corazones, con grande artificio suele hacer su oficio;. y convirtió el material de la citara en instrumento de letras, y levantó el alma de un pastor a la contemplación de cosas soberanas. En despertando, trató de consagrarse a la vida celestial, y dejando los campos, caminó para el yermo. 



§ 2. DE CÓMO SE FUE EN BUSCA DE CIERTO MONJE QUE ESTABA EN EL CASTILLO BILIBIENSE 

     Por fama que había, supo de cierto monje llamado Felices, varón santísimo, de quien ventajosamente podía ser discípulo, y que moraba entonces en el castillo de Bilibio. Poniéndose en camino, llegó a él, y sujetándose con ánimo resuelto bajo su disciplina, aprendió de qué manera podía dirigirse con paso firme al reino de los cielos. Esto me parece que es una lección para nosotros, a fin de que sepamos que ninguno sin maestro puede caminar rectamente a la vida bienaventurada. No lo hizo este varón, ni Cristo instruyó por sí mismo a San Pablo, ni  quiso el poder divino que Samuel prescindiera de ello; pues a este Santo le mandó que fuese al ermitaño, y mandó que Pablo fuese a Ananías y Samuel a Helí, aunque ya el mismo Señor se había manifestado a ellos por medio de milagros y de palabras. 



§ 3. DE CÓMO LLEGÓ AL SITIO DONDE AHORA ESTÁ SU ORATORIO 

     Después que el ermitaño le instruryó muy bien en los caminos de la vida, copiosamente rico de reglas y tesoros de salvación, abundante en gracia de doctrina, volvió a su patria; y así llegó no lejos de la villa de Berceo, al sitio donde ahora está su cuerpo glorioso; sin que allí  permaneciese mucho tiempo, porque vio que le era gran embarazo la multitud de gente que allí acudía a él. 



§ 4. DE CÓMO SE FUE AL YERMO 

     Caminó al sitio más elevado, dirigiendo alegre sus pasos por terrenos escabrosos. El espíritu estaba pronto; de modo que, no solamente con el corazón, sino también con el cuerpo, caminando por el valle de las lágrimas de virtud en virtud, pareciese que subía de alguna manera la escala de Jacob. y cuando llegó a lo más apartado y escondido del monte Distercio, y estuvo tan próximo a la cumbre cuanto lo permitían la temperatura y los bosques, hecho huésped de los collados, privado de la compañía de los hombres, solamente disfrutaba de los consuelos de los ángeles, habitando alli casi por espacio de cuarenta años. Las luchas visibles e invisibles, las varias y arteras tentaciones, y las asechanzas que de parte del antiguo engañador de las almas allí sufriera, sólo pueden conocerlo bien aquellos que, consagrándose a la virtud, las experimentan en si mismos. Entretanto, él dirigía todo su afecto, todo su deseo, todos sus impulsos, sus pasos todos, hacia donde se había propuesto el firme propósito de su devoción santa. ¡Oh, inmenso don! ¡Oh varón singular! ¡Alma aventajadísima, tan entregada a la contemplación, que parecía que el mundo nada tenía que ver con ella! ¡Cuántas veces, según conjeturo, ardiendo en él la llama del amor divino, entre aquella espesísímas y altísimas selvas, en las elevadísimas cumbres de los collados, y en la cima que parecían avanzar hasta los cielos, decía en voz alta a Cristo: «Ay de mí, que mi peregrinación  en la tierra se va haciendo muy larga». ¡Cuánta veces exclamaba entre sollozos y suspiros: «Deseo morir y estar con Cristo»! ¡Cuántas otras, grandemente conmovida su alma, plañía diciendo: «Mientras vivo en este cuerpo estoy distante del Señor y fuera de mi patria»! 

     Y el Santo, aterido de frío, abandonado en soledad, impregnado por la inclemencia de las lluvia, atormentado por la fuerza de los vientos, soportaba, no sólo con paciencia, sino hasta con alegría y anhelo, el rigor de los fríos, la tristeza de la soledad, lo torrencial de la lluvia y la aspereza de los vientos, escudado con el amor de Dios, contemplando los sufrimientos de Jesucristo y fortalecido con la gracia del Espíritu Santo. Mas así como la ciudad situada en el monte no puede estar oculta mucho tiempo, así la fama de su santidad se extendió tanto, que llegó a noticia de casi todos. 


§ 5. QUE EL OBISPO DIDIMO LE CONFIRIÓ EL CUIDADO DE UNA IGLESIA

     Como también llegase esto a noticia de Dídimo, obispo entonces de Tarazona, acósale queriendo conferirle las sagradas órdenes, porque estaba en terreno de su jurisdicción. Desde luego le pareció a Millán cosa dura y grave el huir y oponerse, como duro y grave le parecía el que de su soledad, que era para él un cielo, le volviesen al mundo. Finalmente: creíase menos hábil  para ejercer el pesado oficio de sacerdote, y pasar de la vida contemplativa a la activa ; pero, después de todo, a pesar suyo, fue obligado a obedecer, por lo cual se le confirió el cargo de cura de la iglesia de Berceo. Dejando entonces aquellas ocupaciones a que suelen dedicarse en nuestros tiempos algunos de nuestra clase, desempeñaba santamente su cargo.


Contra su gusto había entrado en la nueva vida;  pero en ella observaba un rezo no interrumpido; absteníase de alimento durante semanas enteras; velaba continuamente; era su prudencia verdadera, su esperanza cierta, grande su frugalidad, benigna su justicia, sólida su paciencia, y, para decirlo en pocas palabras, perseveraba infatigable en gran moderación, absteniéndose enteramente de hacer nada malo. Había escogido también en los prados de la inefable divinidad flores de sabiduría, de modo que no habiendo aprendido de memoria sino apenas hasta el salmo VIII. adelantábase incomparablemente a los filósofos del mundo, siendo mucho más excelente que ellos en ciencia, prudencia e ingenio. Y así debía ser, pues lo que aquéllos consiguieron humanamente por el estudio, a éste se lo dio divinamente la gracia del cielo. Ciertamente, fue, a mi juicio, muy semejante en su vocación a los santos Antonio y Martín, en la vida y en los milagros. Y, omitiendo otras muchas cosas, diré que entre sus ocupaciones eclesiásticas propúsose ante todo valerosa y diestramente desterrar cuanto antes le fuera posible la avaricia de la casa del Señor ; y por eso los bienes eclesiásticos, la sustancia de Cristo, distribuíalos entre los pobres, que son las entrañas de Jesucristo, haciendo así a la Iglesia de Cristo opulenta, no en riquezas materiales, sino en virtudes ; no en rentas, sino en religión; no en intereses, sino en cristianos; pues sabía que ante Dios no sería juzgado por la pérdida de los bienes temporales, sino por la pérdida de las almas. 

martes, 11 de noviembre de 2014

Abadía de Ligugé


El Monasterio de Ligugé fue fundado por san Martín de Tours. Martín se formó en Poitiers donde llegó en el año 356, convirtiéndose en discípulo del obispo Hilario. Después de una estancia fuera de esta ciudad, a su regreso el 361, se retiró a un lugar de las cercanías, donde ahora se encuentra Ligugé, donde se han encontrado testimonios arqueológicos de ocupación de época galo-romana. A su alrededor se reunieron sus discípulos en lo que se convertiría en un cenobio, al tiempo que se extendía la fama de su santidad. Se sitúa en este lugar uno de los episodios milagrosos del santo, cuando resucitó un catecúmeno que había muerto en su ausencia, cuando Martín regresó, intercedió para devolverle la vida y pudo ser bautizado. Su popularidad hizo que el 371 fuera proclamado, a pesar de su oposición inicial, obispo de Tours, cargo que compaginó con la práctica del monaquismo en Marmoutier donde también fundó un cenobio. Murió el 397.


A pesar de la falta de noticias, posiblemente esa casa tuvo continuidad y sólo se puede asegurar la existencia de una comunidad en el año 591, cuando recibe la visita de Gregorio de Tours. Las escasas noticias hablan de destrucciones y reconstrucciones, por otra parte se conoce una obra redactada por el monje Defensor de Ligugé hacia el 700, el "Liber scintillarum" y también se han encontrado restos arqueológicos consideradas construcciones de aquella época bajo la iglesia actual. Durante el siglo VIII fue víctima de la inestabilidad de las guerras normandas y el monasterio habría quedado abandonado, perdiéndose su rastro durante dos siglos. Se sitúa hacia el siglo VIII o IX una lápida sepulcral de un abate desconocido, que habría edificado la basílica dedicada a san Martín, aquella iglesia y monasterio se habrían perdido a mediados del siglo IX, saqueados.


En 1607 y con el consentimiento del obispo de Maillezais, el priorato de Ligugé fue entregado a los jesuitas de Poitiers, estos hicieron algunas restauraciones de los edificios y lo mantuvieron como casa de reposo hasta su expulsión en 1762, fecha en que pasó al capítulo de Poitiers que se hizo cargo del lugar hasta que la Revolución puso los bienes en manos del Estado y en 1793 se puso a la venta. En 1853 con la llegada de una comunidad procedente de la abadía de Solesmes, se restableció la vida monástica, obteniendo el título de abadía en 1856.


Desde aquí se impulsaron otras fundaciones monásticas. En 1880, con motivo de la legislación laicista francesa, se produjo la restauración en España del Monasterio de Silos. En 1885 la comunidad regresó a Ligugé, pero tuvieron que abandonar nuevamente la casa entre los años 1901 y 1923. El conjunto monástico de la actual abadía está formado básicamente por construcciones del siglo XIX. La iglesia monástica de la actual comunidad está situada a poniente y data del siglo XX.


lunes, 10 de noviembre de 2014

San león Magno. El especial servicio de nuestro ministerio

Aunque toda la Iglesia está organizada en distintos grados, de manera que la integridad del sagrado cuerpo consta de una diversidad de miembros, sin embargo, como dice el Apóstol, todos somos uno en Cristo Jesús; y esta diversidad de funciones no es en modo alguno causa de división entre los miembros, ya que todos, por humilde que sea su función, están unidos a la cabeza. En efecto, nuestra unidad de fe y de bautismo hace de todos nosotros una sociedad indiscriminada, en la que todos gozan de la misma dignidad, según aquellas palabras de san Pedro, tan dignas de consideración: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo; y más adelante: Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios.

La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos deben saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón?

Aunque esto, por gracia de Dios, es común a todos, sin embargo, es también digno y laudable que os alegréis del día de nuestra promoción como de un honor que os atañe también a vosotros, para que sea celebrado así en todo el cuerpo de la Iglesia el único sacramento del pontificado, cuya unción consecratoria se derrama ciertamente con más profusión en la parte superior, pero desciende también con abundancia a las partes inferiores.

Así pues, amadísimos hermanos, aunque todos tenemos razón para gozarnos de nuestra común participación en este oficio, nuestro motivo de alegría será más auténtico y elevado si no detenéis vuestra atención en nuestra humilde persona, ya que es mucho más provechoso y adecuado elevar nuestra mente a la contemplación de la gloria del bienaventurado Pedro y celebrar este día solemne con la veneración de aquel que fue inundado tan copiosamente por la misma fuente de todos los carismas, de modo que, habiendo sido el único que recibió en su persona tanta abundancia de dones, nada pasa a los demás si no es a través de él. Así, el Verbo hecho carne habitaba ya entre nosotros, y Cristo se había entregado totalmente a la salvación del género humano.

San León Magno
Sermón 4 (1-2: PL 54, 148-149)

viernes, 7 de noviembre de 2014

Apotegmas de un monje a sí mismo


53.- Amar la Sabiduría. Monje, en el Libro de la Sabiduría te dice el Señor que los mordidos por la serpiente en el desierto no fueron curados por hierba ni emplasto alguno, sino que fue su Palabra, porque sólo ella es capaz de curarlo todo, ya que tiene poder sobre la vida y la muerte, es capaz de llevar a las puertas del infierno y hacer regresar. Por tanto, consérvala en tu memoria, medítala con tu inteligencia, y ámala de corazón. Sólo la Palabra del Señor será capaz de iluminarte con la luz de la Sabiduría.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Isaac de Nínive. Recogimiento


Apresúrate a entrar en el tálamo de tu corazón;
allí encontrarás el tálamo del Cielo,
pues estas dos cámaras no son más que una
y por una sola y única puerta,
tu corazón puede penetrar en una y otra.
La escala que sube al Reino
está escondida en lo más profundo de tu corazón.

martes, 4 de noviembre de 2014

Liturgia monástica de difuntos

Escuchamos el Tracto Absolve, de la liturgia monástica exequial. Las imágenes son muy sugerentes. El texto dice: Absolve, Domine, animas omnium fidelium defunctorum ab omni vinculo delictorum et gratia tua illis succurente mereantur evadere iudicium ultionis, et lucis æternae beatitudine perfrui, es decir, Absuelve, Señor, las almas de todos los fieles difuntos de todo vínculo de delito, para que ayudados por tu gracia, puedan escapar del juicio del castigo y disfruten de la luz de la bienaventuranza eterna.


lunes, 3 de noviembre de 2014

Biografía de San Martín de Porres

Nació en la ciudad de Lima, Perú, el día 9 de diciembre del año 1579. Fue hijo de Juan de Porres, caballero español de la Orden de Calatrava, y de Ana Velásquez, negra libre panameña. Martín es bautizado en la iglesia de San Sebastián, donde años más tarde Santa Rosa de Lima también lo fuera. Son misteriosos los caminos del Señor: no fue sino un santo quien lo confirmó en la fe de sus padres.

A los doce Martín entró de aprendiz de peluquero, y asistente de un dentista. La fama de su santidad corre de boca en boca por la ciudad de Lima. Martín conoció al Fraile Juan de Lorenzana, famoso dominico como teólogo y hombre de virtudes, quien lo invita a entrar en el Convento de Nuestra Señora del Rosario. Las leyes de aquel entonces le impedían ser religioso por el color y por la raza, por lo que Martín de Porres ingresó como Donado, pero él se entrega a Dios y su vida está presidida por el servicio, la humildad, la obediencia y un amor sin medida.

San Martín tiene un sueño que Dios le desbarata: "Pasar desapercibido y ser el último". Su anhelo más profundo siempre es de seguir a Jesús. Se le confía la limpieza de la casa; por lo que la escoba será, con la cruz, la gran compañera de su vida. Sirve y atiende a todos, pero no es comprendido por todos. Un día cortaba el pelo a un estudiante: éste molesto ante la mejor sonrisa de Fray Martín, no duda en insultarlo: ¡Perro mulato! ¡Hipócrita! La respuesta fue una generosa sonrisa.

San Martín llevaba ya dos años en el convento, y hacía seis que no veía a su padre, éste lo visita y… después de dialogar con el P. Provincial, éste y el Consejo Conventual deciden que Fray Martín se convierta en hermano cooperador. El 2 de junio de 1603 se consagra a Dios por su profesión religiosa. El P. Fernando Aragonés testificará: "Se ejercitaba en la caridad día y noche, curando enfermos, dando limosna a españoles, indios y negros, a todos quería, amaba y curaba con singular amor". La portería del convento es un reguero de soldados humildes, indios, mulatos, y negros; él solía repetir: "No hay gusto mayor que dar a los pobres".

Su hermana Juana tenía buena posición social, por lo que, en una finca de ella, daba cobijo a enfermos y pobres. Y en su patio acoge a perros, gatos y ratones. Pronto la virtud del moreno dejó de ser un secreto. Su servicio como enfermero se extendía desde sus hermanos dominicos hasta las personas más abandonadas que podía encontrar en la calle. Su humildad fue probada en el dolor de la injuria, incluso de parte de algunos religiosos dominicos. Incomprensión y envidias: camino de contradicciones que fue asemejando al mulato a su Reconciliador.

Los religiosos de la Ciudad Virreinal van de sorpresa en sorpresa, por lo que el Superior le prohíbe realizar nada extraordinario sin su consentimiento. Un día, cuando regresaba al Convento, un albañil le grita al caer del andamio; el Santo le hace señas y corre a pedir permiso al superior, éste y el interesado quedan cautivados por su docilidad.

Cuando vio que se acercaba el momento feliz de ir a gozar de la presencia de Dios, pidió a los religiosos que le rodeaban que entonasen el Credo. Mientras lo cantaban, entregó su alma a Dios. Era el 3 de noviembre de 1639. Su muerte causó profunda conmoción en la ciudad. Había sido el hermano y enfermero de todos, singularmente de los más pobres. Todos se disputaban por conseguir alguna reliquia. Toda la ciudad le dio el último adiós.

Su culto se ha extendido prodigiosamente. Gregorio XVI lo declaró Beato en 1837. Fue canonizado por Juan XXIII en 1962. Recordaba el Papa, en la homilía de la canonización, las devociones en que se había distinguido el nuevo Santo: su profunda humildad que le hacía considerar a todos superiores a él, su celo apostólico, y sus continuos desvelos por atender a enfermos y necesitados, lo que le valió, por parte de todo el pueblo, el hermoso apelativo de "Martín de la caridad".


domingo, 2 de noviembre de 2014

Considérale como Rey


Considera, pues, lo primero, la majestad con que está aquella sacratísima Humanidad de Cristo, nuestro Señor en el cielo, sentado a la diestra del Padre, sobre todas las criaturas, con universal imperio y señorío sobre todas ellas: la reverencia y el amor con que le adoran todos los Santos y los espíritus bienaventurados, cantándole perpetuas alabanzas y reconociéndole por verdadero rey y Señor...

Lo segundo, considera el temor y reverencia con que está un pobre rústico delante del Rey, cómo se turba y no sabe hablar palabra. Mira si tú hubieras mañana de hablar con el Rey, o le hubieras de hospedar en tu casa, cómo te apercibieras y pusieras la mejor ropa y la más limpia; cómo pensarías lo que habías de decir, especialmente si pensases pedirle algunas grandes mercedes. Y cuando estuvieses hablando con él, qué atento estarías, y como no te acordarías de otra cosa.

Lo tercero, considera cómo este Señor, siendo como es, Rey de Reyes, Señor de los Señores, y universalmente de todo lo criado, por amor a ti se humilló a tan gran extremo de bajeza y desprecio, que le pusieron una corona de espinas, y un cetro de caña, y le adoraron con escarnio y mofa, como a Rey de burlas y fingido. En agradecimiento de esto, póstrate tu delante de él y, con toda humildad, reconócele por tu verdadero rey y Señor, y pídele que te dé gracia, que le adores en espíritu y en verdad, como él quiere ser adorado.

Fray Antonio de Molina, cartujo

Instrucción de sacerdotes
en que se da doctrina muy importante para conocer la alteza del sagrado oficio Sacerdotal,
y para exercitarle debidamente, 1608.

De las Consideraciones para celebrar la Misa. Lunes

sábado, 1 de noviembre de 2014

Suscipe me, Domine


Hoy celebro el 22 aniversario de mi profesión temporal. Aquel día, en la Solemnidad de Todos los Santos, canté una oración, que todos los monjes cantamos en nuestra profesión, y que quiero compartir con gran agradecimiento al Señor.

Suscipe me, Domine, secundum eloquium tuum, et vivam,
et non confundas me ab expectatione mea.
Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto,
sicut erat in principio, et nunc, et semper,
et in saecula saeculorum. Amen.