viernes, 22 de agosto de 2014

Escritos del santo Hermano Rafael - 24 -


28 de marzo de 1938 - lunes

Hoy, en la santa comunión, le pedí al Señor, una partecica de su Cruz... Le pedí ayudarle en su agonía, le pedí me hiciera partícipe de su sufrimiento, le pedí una partecica... (pequeña tiene que ser, pues soy débil) de su santísima Cruz.

Jesús me escuchó.

Noté la Cruz sobre mis hombros..., me pesó, y lloré mi abandono y soledad...

Después del desayuno paseé mi pequeño agobio por la galería de la enfermería. Una tristeza muy grande se apoderó de mi. Me vi tan enfermo, tan solo, tan débil para sufrir lo que Jesús me pide, que sentándome cansado de todo y de todos, lloré con agobio y con pena.

Grande me parecía el abandono en que me veía, material y espiritualmente.

No tengo a nadie en quien hallar un alivio. Esto a veces es un consuelo muy grande, a veces es también un dolor muy profundo. Cuando estamos enfermos sobre todo. En estos momentos en los cuales una palabra dicha al corazón, alivia tantas penas, e incluso da fuerzas para sufrir las flaquezas y miserias de la enfermedad... Sin embargo, a mi eso me falta. Bendito sea Dios.

Muy doloroso es padecer necesidad en el cuerpo, cuando también se junta la necesidad al espíritu y además Dios se oculta y te deja solo con la Cruz..., ¿qué extraño tiene que el alma sufra y llore?

Esta mañana no me acordaba en aquellos momentos de lo que le había pedido a Jesús en la comunión... la partecica de su Cruz.

¡Si el enfermero supiera el hambre que paso!. No conoce ni comprende mi enfermedad, y cuánto me hace sufrir. Dios lo hace así, y así lo tiene dispuesto. No me quejo y bendigo la mano del enfermero que para mí es la mano de Dios.

Hambre en soledad y silencio..., algunas veces creo que no podré resistir, pero Dios me ayuda, y siento como una impresión de que todo acabará pronto. Por un lado lo deseo, por otro lo mismo me da, y deseo solamente cumplir la voluntad de Dios.

Ya pasó el día y con él...

Ahora tengo paz, adoro y bendigo a Dios que atesora para mí en el cielo esas partecicas de su Cruz, que me envía cuando Él quiere. ¡Qué gran misericordia tiene conmigo! ¡Si no sufriera en la Trapa! ¿para qué serviría mi vida entonces?

Si tantos deseos tienes de penitencia ¿por qué lloras?

Mis lágrimas, Señor, no son de rebeldía... Mis lágrimas, Señor, no las cambio por nada... Recíbelas, pues con algo te tengo que pagar. Tú también sufriste hambre, sed y desnudez. Tú también lloraste cuando te viste abandonado.

Señor..., qué contento estoy de sufrir. No me cambio por nadie... Pero ¿hasta cuándo, Señor?

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