lunes, 30 de junio de 2014

Escritos del santo Hermano Rafael - 19 -


8 de marzo de 1938 - martes

Dios y su voluntad es lo único que ocupa mi vida. Lo que antes era deseo vehemente, por su infinita misericordia se va templando. Qué inmensa es la gracia de Dios cuando va llenando poco a poco un alma. Cómo se va precisando más y más la vanidad de todo lo humano, y cómo en cambio, se llega uno a convencer prácticamente de que sólo en Dios es donde se halla la verdadera sabiduría, la verdadera paz, la verdadera vida, lo único necesario y el único amor y deseo del alma.

El otro día estuve con el reverendo Padre Abad. Fui a pedirle me concediera alguna penitencia en este santo tiempo de Cuaresma, cosa que me negó, y en cambio me dijo que el día de Pascua me daría la cogulla monacal y el escapulario negro. ¡Qué alegría tuve, buen Jesús! Hubiera abrazado al Reverendo Padre Abad..., demasiado bueno es conmigo.

Cuánta ilusión tenía ya hace algún tiempo por poder vestir la cogulla... Qué alegría tan grande me dio el pensar en que dentro de un breve plazo no me distinguiría en nada de un verdadero religioso (únicamente la corona que no podré usar).

Mas después que fui a darle gracias al Señor por este beneficio, vi claramente que en mí eso es vanidad. Vi que es un honor que me hace la comunidad, y eso me lastima más que otra cosa. ¡Ah!, si me hubiera dado el hábito de converso como le manifesté..., otra cosa hubiera sido; pero lo mismo me da.

De pardo o de blanco, con cogulla o sin ella soy el mismo delante de Dios. Todo lo externo me es indiferente... Sólo quiero amar a Dios, y eso lo hago por dentro y sin que se enteren los hombres.

Lo mismo me da, Señor, el honor que el desprecio. La alegría llana y un poco infantil de vestir la cogulla ya se ha serenado... No quisiera, Señor, que nada del mundo me turbara, ni nada de las criaturas me quitara la paz y el sosiego de amar sólo tu voluntad.

Y así veo, Señor, que todo es vanidad. Que Tú no estás en el hábito ni en la corona. ¿Entonces? Tú, Señor, sólo estás en el corazón desprendido de todo.

Tú, buen Jesús, divino amado mío, tienes tus delicias... ¡Ah!, Señor, qué voy a decir, en el corazón del hombre... Yo te brindo el mío.

Déjame hacer en el tuyo mi celda. Déjame hacer junto a él mi lecho. Déjame vivir solo y desnudo de todo junto a tu Corazón Divino, y ríame de los hábitos, de las coronas, y... de las barbas de todos los conversos del mundo. Seré siempre el mismo para Ti, ¿verdad Jesús?.

¡Qué necio y pueril es el mundo! ¡Cómo nos alegra un trapo y nos entristece una nube! ¡Con qué facilidad nos consideramos felices con una niñería, y con otra niñería nos abatimos y desalentamos!

¡Qué poco somos..., como vivimos a lo exterior, sin pensar que todo es nada, menos amar y servirte a Ti, Jesús mío!

Quiero, Señor, pasar esta Cuaresma, muriendo poco a poco, lo mucho que aún me falta, para vivir sólo para Ti; para que algún día me dejes, Señor, penetrar por la haga de tu costado, y hacer una celdica junto a tu Divino Corazón... ¿Me lo permitirás? A la Santísima Virgen María se lo pido con fervor. Así sea.

(Aunque la mona se vista de seda..., mona se queda).

Un día que me parecía muy grande la pequeña cruz que Jesús me enviaba... Un día que al pensar en lo que aún me queda de vida..., de vida trapense, aquí encerrado para siempre, me parecía muy larga..., un día en que sufría pareciéndome penoso y largo mi camino, leí unas palabras que decían...

NADA DE LO QUE TIENE FIN ES GRANDE

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