lunes, 16 de junio de 2014

Escritos del santo Hermano Rafael - 16 -


27 de febrero de 1938 - domingo

Domingo de Quincuagésima.

Hoy le he ofrecido al Señor lo único que me quedaba... la vida. He puesto a sus pies para que Él la acepte y la emplee en lo que quiera y la tome cuando quiera, y para lo que quiera..., mi vida.

Cuando abandoné mi casa, abandoné de propio intento, una serie de cuidados que requiere mi enfermedad, y vine a abrazar un estado, en el cual es imposible cuidar una enfermedad tan delicada. Sabia perfectamente a lo que venia.

Sin embargo... algunas veces, ¡pobre hermano Rafael!, sin tú darte cuenta, sufrías, el verte privado de muchas cosas necesarias..., sufrías verte privado de la libertad de dar a las flaquezas de tu enfermedad los remedios de que allí en el mundo no carecías.

Te abrazaste desde un principio a la Cruz de Cristo, pero en algún momento desfallecías.

Otras veces, al ver que tu vida aquí en la Trapa, la acortabas a sabiendas, al ver que por voluntad de Dios (y no de los hombres), sentías más el peso de la enfermedad incurable, aquí que en el mundo, donde todo está a tu servicio, también sufrías.

Otras veces, sufrías solamente por ver tu vida enferma, y para siempre sin un alivio.

Pues todo eso se acabó.

Al Señor esta mañana, le he ofrecido mi vida. Ésta ya no es mía... Que Él la cuide si quiere, que yo ya no pienso preocuparme. Sí, ocuparme, porque Él me la presta, pero... nada más.

Si Él quiere me enviará los remedios necesarios. Si Él no quiere, pasaré tan contento sin ellos. No me preocuparé en absoluto del estado de la salud... Tomaré lo que me den, haré lo que me manden, obedeceré en todo.

Trataré a mi cuerpo como si fuera de otro. Buscaré solamente la voluntad de Dios. Amaré sus deseos y haré de ellos mi única ley. Si El quiere mi vida larga y penosa... sea. Si Él la quiere tomar esta noche..., sea. Lo mismo hoy que mañana, que dentro de mil años, mi vida es suya, mi cuerpo es suyo, mi salud, buena o mala es suya. Que Él sea el responsable de lo que me suceda.

Le he pedido a la Virgen María interceda delante de Jesús, para que acepte mi oblación. ¡Qué alegría tan grande si Dios la aceptara! ¡Qué alegría seria morir por Jesús..., y que Él ofreciera mi vida al Eterno Padre, en reparación de los pecados del mundo; de las guerras; de los pueblos infieles; por los sacerdotes; por el Papa y por la Iglesia!

No me importa sufrir y padecer, si Jesús acepta mi oblación. Ya le he dado el corazón..., le he dado mi voluntad... Ahora le doy mi vida. Ya nada me queda más que morir cuando Él quiera.

Cúmplase su voluntad y no la mía.

¡Qué contento estoy al no tener ya nada! Al no tener que andar caviloso sobre si esto me sienta bien , esto mal; sobre si la medicación o el régimen, o lo que sea... Hago lo que me manden, y no me ocuparé de más.

Que el Señor cuide mi enfermedad como quiera. Y cuantos menos cuidados me envíe, y en más necesidades me ponga..., mejor.

A veces, Señor, quisiera morir en la indigencia, abandonado de todos en la calle o en un hospital público... Morir de necesidad, pero creo que eso es una tentación... No sé, en tus manos estoy y a las de la Virgen María me encomiendo.

He visto y comprobado, que estoy más fervoroso y más cerca de Dios, cuanta más hambre tengo y más se me doblan las piernas.

Me ayudan mucho las lágrimas que derramo algunos días después de la colación en el coro.

En esos momentos, sufro mucho física y moralmente, pero luego bendigo entrañablemente a Dios.

Verdaderamente, no soy mas que miseria, tanto me mire por dentro como por fuera. Cuando llega la noche y veo el cansancio de mi cuerpo, la pobre necesidad de la materia, la pequeñez y ruindad de mi cuerpo, y además, veo la puerilidad y futilidad de los motivos por los cuales mi espíritu estuvo turbado durante el día, las insignificantes razones que tuve para sufrir, y la pequeñez del mundo entero, aunque éste me aplastara... Cuando veo todo eso y pongo a su lado la santísima Cruz de Jesús... ¿quién se atreve a pensar en si mismo y a decir que sufre?

¡Oh!... egoísmo humano..., lloras por una manzana, te acongojas con los dichos de un hermano..., te turbas con el recuerdo de un día de sol en el mundo... y sufres por lo que es aire y vanidad.

¡Oh, miseria del hombre! ¡Qué poco miras a Cristo crucificado!... ¡Qué poco sufres y lloras por Él!...

Humilla tu cara en el polvo, hermano Rafael, y deja ya de pensar en nada que sea barro, que sea criatura, que sea mundo, que seas tú... Llena tu alma del amor de Cristo; besa sus llagas; abrázate a su Cruz; sueña y piensa y duerme en El... ¡Qué bien se descansa a los pies del dulce Madero! ¿Qué bien se duerme agarrado al crucifijo!

¡Qué bueno es Dios!

No hay comentarios:

Publicar un comentario