lunes, 26 de mayo de 2014

Escritos del santo Hermano Rafael - 15 -


26 de febrero de 1938 - sábado

Bendito sea el Señor. Gran paz proporciona a mi alma, cualquier insinuación que Él me manifieste, después de una tentación o de una prueba.

Un buen pensamiento; una palabra leída al azar en un libro..., una frase del evangelio, basta para deshacer mis tinieblas y llenar mi alma de luz... Bendito sea Dios..., mil y mil veces bendito por su siervo Rafael, que no sabe cómo agradecer tanto beneficio, y sólo quisiera abismarse en su nada para glorificar la grandeza del Señor.

Mi vida es una continua mudanza de desolaciones y de consuelos. Aquéllas son tristezas y penas, a veces muy hondas..., pensamientos que me turban, tentaciones que me hacen sufrir.

Los consuelos son lo mismo, pero al revés..., alegrías interiores desconocidas, ansias de padecer y amor a la Cruz de Jesús, que llenan mi alma de paz y sosiego en medio de mi soledad y mis dolores, que no cambiaría por nada del mundo.

He aquí un ejemplo reciente.

El otro día todo lo veía negro; mi vida oscura y encerrada en la enfermería, sin sol, sin luz, sin nada que la ayudara a soportar la carga que Dios ha echado encima de mi... Enfermedad, silencio, abandono..., no sé, mi alma sufría mucho; el recuerdo del mundo, la libertad..., me abrumaba... Mis pensamientos eran tristes, lóbregos. Me veía sin amor a Dios, olvidado de los hombres, sin fe y sin luz.

Me pesaba el hábito... Tenía frío y sueño... No sé, todo se juntaba. La oscuridad de la iglesia me entristecía... Miraba al Sagrario, y nada me decía. Me veía muerto en vida, me veía encerrado en el monasterio, como el muerto en el sepulcro..., peor que en el sepulcro pues en éste por lo menos se descansa... En fin, estos eran mis pensamientos el otro día antes de recibir al Señor en la comunión.

La idea de que estaba sepultado en vida, me obsesionaba, me enloquecía... El demonio se empeñaba en hacerme padecer con el recuerdo del mundo, de la luz, de la libertad..., y me insinuaba la alegría de vivir.

Los monjes me parecían almas en pena, que también eran muertos vivos, que sufrían el encierro del sepulcro...

Bueno, no sé explicarme..., hubiera querido en aquellos momentos morir de veras..., pero por no sufrir... Vi después era tentación.

Con el alma en este estado me acerqué a recibir al Señor. Acababa de ponerme de rodillas, con deseos de pedirle a Jesús sosiego para mi espíritu, cuando sentí un fervor muy grande, y un amor inmenso a Jesús, y un olvido absoluto de todos mis anteriores pensamientos, al recordar unas palabras que yo creo que Jesús me inspiró en aquel momento, y que me decían: "Yo soy la Resurrección y la Vida".

¡Para qué expresar lo que mi alma se consoló! Casi lloraba de alegría, al verme a los pies de Jesús, enterrado en vida. Mis manos apretaban el crucifijo, y mi corazón hubiera querido morir, pero ahora por amor a Jesús, por amor a la verdadera vida, a la verdadera libertad... Hubiera querido morir de rodillas abrazado a la Cruz, amando la voluntad de Dios..., amando mi enfermedad, mi encierro, mi silencio, mi oscuridad, mi soledad. Amando mis dolores, que en un momento de luz..., y con una chispita de amor de Dios, tan pronto se olvidan.

¡Qué pequeño me parecía todo!..., el mundo con todas sus criaturas..., qué insignificante mi vida con tantos y tan pueriles cuidados... Qué insignificantes los intereses humanos..., el monasterio qué pequeño con sus monjes... En fin, cómo desaparecía todo, ante la inmensa bondad de un Dios que se abate hasta mi, para decirme: ¿por qué sufres?... Yo soy la salud..., Yo soy la Vida... ¿Qué buscas aquí?

¡Ah!, buen Jesús..., ¡si los hombres supieran lo que es amarte en la Cruz!... ¡Si los hombres sospecharan lo que es renunciar a todo por Ti!

Cuánta alegría, vivir sin voluntad.

Qué tesoro tan grande es, el no ser nada, ni nadie..., el último... Qué tesoro tan grande es la Cruz de Jesús, y qué bien se vive abrazado a ella; nadie lo puede sospechar.

Haz conmigo lo que quieras buen Jesús... Envíame la consolación cuando la necesite, y no te importen mis desconsuelos y mis desolaciones; en ellos tengo mi dicha, mi amor, mis..., no sé qué digo... Señor, quisiera amar con locura tu Cruz..., no permitas que de ella me aparte.

He aquí mi vida de oblato cisterciense..., sufrir, padecer y amar con frenesí todo lo que Dios en su infinita bondad quiera enviarme... Él es el que lo hace, y si Él me envía el consuelo, Él también me envía el dolor... ¿Cómo no amar al que todo lo hace por nuestra salud?

¿Cómo no volverse loco de alegría al ver que es Dios quien nos envía la cruz? ¿Cómo no adorar hasta morir, a esa bendita cruz, que es nuestra única salud, resurrección y vida?

No sé..., si sigo escribiendo me pierdo. Sólo puedo decir que en el amor a la Cruz de Cristo, he encontrado la verdadera felicidad y soy feliz, absolutamente feliz, como nadie puede sospechar, cuando me abrazo a la ensangrentada Cruz y veo que Jesús me quiere, y que María también me quiere, a pesar de mis miserias, de mis negligencias, de mis pecados. Pero yo no tengo importancia..., sólo Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario