domingo, 26 de mayo de 2013

Dios en el alma

La Santísima Trinidad, Dios infinito, uno en naturaleza y trino en Personas, habita en nuestras almas: el Espíritu Santo que celebramos en Pentecostés, viene en nuestra ayuda y nos hace comprender las palabras de Cristo, la revelación máxima que nos hizo, sobre su Vida íntima, sobre la intimidad de Dios. Nos enseña que Dios nos es soledad infinita, sino comunión de luz y de amor, de vida dada y recibida en un diálogo eterno entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo, como dice San Agustín, Amante, Amado y Amor. (Cf.  Benedicto XVI, Angelus del 11 de Junio de 2006)

A pesar de que no podemos ver a Dios en este mundo, él mismo se dio a conocer en Cristo además de que el apóstol san Juan dice: "Dios es amor" (1Jn 4, 16) "hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él"

Quien se encuentra con Cristo y entra en una relación de amistad con él  por medio de la gracia y la fe, acoge en su alma la misma comunión trinitaria, según la promesa de Jesús a los discípulos: "si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 23).

Dios hace morada en nosotros, inhabita en el alma de cada uno, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Vivamos pues en su amistad, abrámonos a la gracia, dejemos que more en el profundo de nuestra busqueda deseosa de Él, que la morada en nuestra alma sea un reflejo de sus graciosa presencia.

En la Iglesia, dice san Atanasio, se predica un solo Dios, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Lo trasciende todo, en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo, en el Espíritu Santo.

Somos templos de Dios y esta realidad, esta verdad, tiene que ser nuestra obsesión espiritual, pues es el tesoro más precioso que pueda tener el hombre sobre la tierra, Dios, el Cielo, en su alma.

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