martes, 14 de mayo de 2013

Apotegma en la Tebaida


En los apotegmas, (del griego αποφθεγμα. Sentencia breve y graciosa en la que subyace un contenido moral aleccionador) de los Padres del desierto encontramos condensadas varias sentencias que ayudan a la vida espiritual. Como decían el abad Mateo o el Abas Daniel: 

Decía Jesús en el Evangelio que quien siembra el mal y la cizaña en el mundo es el hombre malo. Es decir: el demonio. Lo que pasa, explicaba Abad Mato, es que el diablo no sabe de antemano cuál es la pasión frente a la que el alma es más débil.

Él siembra el mal. Lo siembra siempre. Unas veces con pensamientos de fornicación y sucios. Otras veces con ideas de maledicencia y ruina de la fama. Y va así, de pasión en pasión hasta dar con la que al alma le resulte más violenta. Y a la pasión que descubre como más virulenta, es a la que dedica mayor empeño. Esa es su estrategia.

¿Y el cuerpo y el alma?
Esto fue lo que le preguntaron cierta tarde al Abad Daniel algunos monjes que no sabían de qué manera el cuerpo y el espíritu contribuyen fraternalmente al desarrollo del hombre. Y el Abad Daniel se pensó un poco lo que iba a decir a los monjes y, finalmente, habló y dijo:

Miren: en la medida que el cuerpo prospera y engorda, el alma se debilita. Y el alma prospera y se hace fuerte cuando el que se debilita por la mortificación es el cuerpo.

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