miércoles, 3 de abril de 2013

Mysterium mirabile

Diego de la Cruz: Cristo de la Piedad
"Ego sum via veritas et vita"

Uno de los privilegios que nos es permitido gozar a quienes en la vida monástica disfrutamos del rico acervo litúrgico de la Tradición es el de encontrarnos con acertadas formulaciones que condensan en sí mismas todo un rico contenido espiritual, que no es fácil expresar de otra forma. Por eso, pecan de insensatez quienes por el prurito de modernidad renuncian a un patrimonio espiritual aquilatado a lo largo de los siglos, que sigue sorprendiendo a veces por su belleza y por su riqueza.

Una de estas joyas se encuentra en el himno latino que se canta en el Oficio de Vigilias de la Octava de Pascua. El himno se titula Hic est dies verus, es decir, éste es verdaderamente el día. La estrofa a la que nos queremos referir dice así:

Mysterium morabile,
ut abluat mundi luem,
peccata tollat omnium
carnis vitia mundans caro.

La traducción de estos versos podría ser la siguiente: "¡Oh, qué misterio tan admirable, en el que los crímenes del mundo se limpian, los pecados de los hombres se perdonan, y se purifican con la carne las culpas de la carne".

El texto se refiere, evidentemente, a la Resurrección, un misterio que no sólo implica que un difunto haya vuelto a la vida. Por encima de este valor particular, encierra un misterio que renueva desde lo más profundo el ser de la entera Creación y de la Humanidad: la Resurrección consigue la purificación de la suciedad provocada en la Creación por el pecado humano, y consigue este efecto de limpiar la carne, es decir, la humanidad responsable del pecado, desde la misma carne, es decir, desde la humanidad asumida por Dios en Jesús, el eterno y unigénito Hijo de Dios.

La humanidad, pues, ha sido redimida desde sí misma, porque Dios la ha asumido en sí y la ha llevado a una plenitud de vida que no conoce ocaso en su Resurrección. De ahí que el misterio central de nuestra fe no puede dejar de ser aludido sino como misterio admirable, ante el cual solo podemos permanecer estupefactos en adoración.

Algún día, en los tiempos remotos, algún monje recibió la inspiración para plasmar en verso y dotar de músicas conceptos tan bellamente elaborados. Que el Señor se lo premie, pues con el trascurso de los siglos, nos sigue ayudando para expresar nuestra alabanza por misterio tan sobrecogedor.

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